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Los avatares de los Cultural Studies (página 2)




Enviado por Edda Diz



Partes: 1, 2

En 1933 los francfortianos abandonan la
Alemania nazi y emigran a diferentes destinos, hasta que en 1938
llegan algunos de ellos a Estados Unidos de América. En
1939 se reconstituye el Instituto en la Columbia University, en
Nueva York, con lo cual comienza una nueva etapa de su
producción científica[3]

La publicación de
Dialéctica de la Ilustración, de Theodor
W. Adorno y Max Horkheimer, en 1947, marca un punto culminante de
este movimiento. En la mencionada obra, analizan el decursar de
la sociedad desde el surgimiento de la Ilustración, en el
Siglo XVIII, hasta el período en que fue escrita
(1942-1944). El concepto de industria cultural nace en ese texto,
aunque su contenido no se da de una vez sino a lo largo de sus
reflexiones.

Entre los aportes de Horkheimer y Adorno
están la definición en ese libro de las tres
dimensiones de la Industria Cultural:

1 -La afirmación de la unidad del
sistema
(el más importante y a la vez más
polémico): esquematismo y atrofia de la actividad del
espectador. Como prueba de esto se pondrá al cine: pues
para seguir el argumento del film, el espectador debe ir tan
rápido que no puede pensar, y como además todo
está ya dado en las imágenes, no deja
dimensión alguna en la que los espectadores puedan moverse
por su propia cuenta.

2 -La degradación de la cultura
en industria de la diversión
: la diversión
haciendo

soportable una vida inhumana, una
explotación intolerable. "El Pato Donald en los dibujos
animados, como los desdichados en la realidad, reciben sus
puntapiés a fin de que los espectadores se habitúen
a los suyos. El placer de la violencia hecha al personaje se
convierte en violencia contra el espectador, la diversión
se convierte en tensión" (Horkheimer y Adorno,
1988)

3 -La desublimación del arte:
la otra cara de la degradación de la cultura, ya que en un
mismo movimiento la industria cultural banaliza la vida cotidiana
y positiviza el arte. La industria cultural no sublima, sino que
reprime y sofoca.

La Escuela de Francfort establece una
diferencia entre la cultura tradicional y la cultura
industrializada, y define a la industria cultural como propia de
la cultura de masas, ante la cual, como dice Umberto Eco (1993:
28), existen dos posturas: la de los apocalípticos, para
los cuales la cultura es un hecho aristocrático,
produciendo su extensión una anticultura; y la de los
integrados, para los cuales estamos en una época de
extensión de la cultura, beneficiosa para
todos.

Los trabajos de Horkheimer y Adorno
vivieron una reactualización en los años sesenta a
través de Herbert Marcuse, quien, según algunos
teóricos actuales como los Mattelart, fue la figura
más brillante de la Escuela de Francfort. Su obra El
Hombre Unidimensional
, escrita en 1964, constituye una
crítica a la cultura y la civilización burguesas, a
una sociedad tecnológica considerada totalitaria, en la
que las vidas de las personas son completamente determinadas y
organizadas por los fines del consumo y la tecnología, sin
posibilidad de oponerse.

Otro miembro de la
Escuela[4]Walter Benjamín, a
contracorriente con las críticas de Adorno y Horkheimer,
fue el pionero en vislumbrar la mediación fundamental que
permite pensar históricamente la relación de la
transformación en las condiciones de producción con
los cambios en el espacio de la cultura, como ha explicado
Barbero (1987: 56) en su defensa.

El heredero de los francfortianos en
nuestros días es el filósofo alemán
Jürgen Habermas, quien, en el libro El Espacio
Público
, prosigue el trabajo de la Escuela en el
nivel filosófico y sociológico (Ruano,
2006:62).

Pensamos con Barbero (1987: 48) que la
experiencia radical que fue el nazismo está sin duda en la
base de la radicalidad con que piensa la Escuela de Francfort,
que "saca la crítica cultural de los periódicos y
la sitúa en el centro del debate filosófico de su
tiempo: en el debate del marxismo con el positivismo
norteamericano y el existencialismo europeo. La
problemática cultural se convertía por vez primera
para las izquierdas en espacio estratégico desde el cual
pensar las contradicciones sociales".

Sus enfoques pesimistas y elitistas no le
quitan valor a su producción teórica, que ha dejado
su impronta en investigaciones posteriores, en tanto es,
indiscutiblemente, de obligada consulta para toda
reflexión responsable sobre la comunicación y la
cultura.

De Birminghan al otro
lado del Atlántico

Según Mattelart y Neveu (2000),
innecesariamente cáusticos, a nuestro entender, explican
"al estilo de una Success story":

"…cómo artesanos de la
investigación relacionados entre sí a finales de
los años cincuenta logran, al cabo de diez años,
crear una PYME (Pequeña y Mediana Empresa) en la
Universidad de Birmingham, y cómo, transcurrido un cuarto
de siglo, ésta se convierte en una multinacional
académica. El modelo narrativo también
podría ser más ácido, más
político, y adoptar la forma de una suerte de
Bildungsroman académico, que describiese la deriva de un
grupo de angry young men que estaban comprometidos con el
marxismo en la década de los sesenta, cuando tenían
veinte años, pero que, un cuarto de siglo más
tarde, se hallaban convertidos en su mayoría en los
campeones consagrados de una disciplina amansada, en personajes
como los de David Lodge [escritor y crítico inglés]
que se pasan la vida en los coloquios, en este equivalente
académico del circuito ATP (Asociación de Tenistas
Profesionales) que son los happenings universitarios celebrados
alrededor de los Cultural studies".

Siguiendo a Mattelart y Neveu en otra de
sus obras (2002: 33) interpretamos más equilibrado el
juicio de que haría falta un libro sólo para
describir detalladamente los períodos, debates,
enfrentamientos y desplazamientos continuos de método
y

objeto que jalonaron la vida del Centre
of Contemporary Cultural Studies
(CCCS), que
contribuyó al desbroce de un conjunto de terrenos de
investigación, relacionados con las culturas populares y
los medios de comunicación social, y más tarde con
temas vinculados con las identidades sexuales y
étnicas.

Roberto Grandi (1995) adopta, como la
más aceptable de las definiciones de los Estudios
culturales, la de Grossberg, Nelson y Treichler (1992), que nos
parece clarificativa:

Los Estudios culturales son un campo
interdisciplinar, transdisciplinar y a veces contradisciplinar,
que actúa en medio de la tensión de sus mismas
tendencias para acoger un concepto de cultura que sea amplio y
antropológico y, a la vez, restringido y humanista. A
diferencia de la antropología tradicional, se han
desarrollado, sin embargo, a partir de los análisis de las
sociedades industriales modernas. Están constituidos por
metodologías declaradamente interpretativas y valorativas,
pero a diferencia de lo que ocurre en el campo humanista
tradicional, rechazan la coincidencia de la cultura con la alta
cultura, sosteniendo que todas las formas de producción
cultural necesitan un estudio que avance en relación con
otras actividades culturales y con estructuras históricas
y sociales. De ese modo, los Estudios culturales se han
comprometido con el estudio del inventario completo de las artes,
creencias e instituciones de la sociedad, al igual que de sus
actividades culturales.

Para resumir las características
pertinentes de los Estudios culturales (Ec) nada mejor que
recurrir a Jenks[5](1993:157, citado en Grandi,
1995), quien recupera una propuesta de Agger (1992):

  • Los Ec actúan utilizando un
    concepto extenso de cultura […] Se adhieren al punto de
    vista antropológico de la cultura entendida como
    «el modo de vida completo de un pueblo», a pesar
    de que no concuerden con el punto de vista que define la
    cultura en cuanto totalidad.

  • Legitiman, justifican, celebran y
    politizan todos los aspectos de la cultura popular.
    Consideran la cultura popular como algo dotado de valor de
    por sí y no en cuanto «fenómeno
    sombra» o puro vehículo de mistificación
    ideológica.

  • Quien actúa en el seno de los Ec
    reconoce la existencia de una socialización de su
    propia identidad, que se produce a través de los
    procesos de los medios de comunicación de masas y de
    la comunicación que se intenta comprender.

  • La cultura no se considera de modo
    estático, como se haría con cualquier otra cosa
    de tipo fijo o con un sistema cerrado. Los Ec miran a la
    cultura como a algo que emerge, que es dinámico, que
    se renueva constantemente. La cultura no es una serie de
    artefactos o de símbolos congelados, sino un
    proceso.

  • Los Ec se afirman apoyándose
    más en el conflicto que en el orden. Investigan y
    anticipan el conflicto, tanto a nivel de la
    interacción cara a cara como, y de modo tras
    significativo, a nivel del sentido. La cultura no se puede
    considerar como un principio unificador, ni como una fuente
    de comprensión compartida, ni tampoco como un
    mecanismo para legitimar los vínculos
    sociales.

  • Los Ec son
    «democráticamente» imperialistas. Si bien
    todos los aspectos de la vida social están ahora
    «culturalizados», ninguna parte de la vida social
    va más allá de sus intereses -la ópera,
    la moda, la violencia de las bandas, las conversaciones de
    bar, las películas de honor y así sucesivamente
    […] ya no están colonizados, canonizados ni
    delimitados alrededor de un sistema central de
    significación.

  • Los Ec consideran las representaciones
    culturales a todos los niveles -e1 comienzo, la
    mediación y la recepción o la
    producción, la distribución o el consumo; son
    interdisciplinares y no reconocen ningún tipo de
    origen disciplinar, y rechazan los valores
    absolutos.

Aunque Stuart Hall favoreció durante
su dirección (1968-1979) la irrupción del
estructuralismo en la actividad del Centro de Estudios Culturales
Contemporáneos, en detrimento del culturalismo, le
concedemos toda confianza a la caracterización que hace de
estos dos "paradigmas maestros" que operan en los Estudios
Culturales, al tiempo que reconoce que ni uno ni otro son, en su
presente forma de existencia, adecuados para la tarea de
construir el estudio de la cultura.

Nos parece también provechosa la
comparación que grosso modo hace Hall (1994) de
las respectivas fuerzas y limitaciones de estas dos tendencias,
para lo cual nos apropiamos del esquema elaborado por Vidal
(op.cit:.59-60):

Los culturalistas:

  • Enfrentan el papel residual, meramente
    reflectivo asignado a lo cultural en ciertos desarrollos
    marxistas.

  • Conceptualizan a la cultura como
    imbricada con todas las prácticas sociales y a estas
    como manifestaciones comunes de la actividad
    humana.

  • Se oponen a la manera
    base/superestructura de formular las relaciones entre las
    fuerzas ideales y las materiales. Prefiere, para este
    análisis, la formulación más amplia de
    la dialéctica entre ser social y conciencia
    social.

  • Definen a la cultura como los
    significados y los valores que emergen entre grupos y clases
    sociales diferenciados, sobre la base de sus condiciones y
    relaciones históricas dadas, a través de las
    cuales manejan y reponen las condiciones de existencia y
    también, como las tradiciones y prácticas
    vividas a través de las cuales son expresadas esas
    comprensiones y en las que están
    encarnadas.

En el paradigma estructural:

  • El concepto de ideología emerge
    como central.

  • Es ubicado adecuadamente el papel de
    las condiciones determinadas y se aleja de todo
    voluntarismo.

  • Reconocimiento de la abstracción
    como el instrumento intelectual mediante el cual son
    apropiadas las relaciones reales y de la presencia en la obra
    de Marx de un movimiento continuo y complejo entre niveles de
    abstracción.

  • Su concepto de la totalidad social. Su
    visión sobre la complejidad de la unidad de una
    estructura. El énfasis de la unidad en la
    diferencia.

Críticas principales a ambos
paradigmas, siguiendo síntesis de Hall (en Vidal, op.cit:
60):

  • Haber elevado el acto de lectura a
    lugar de producción de significados.

  • Considerar todas las actividades de
    recepción-interpretación como formas de
    resistencia y de oposición.

  • Haberse centrado excesivamente en los
    procesos de significación, en detrimento del
    análisis de las estructuras de poder.

  • Individualización de la
    recepción y por lo tanto, olvido de las relaciones de
    la audiencia con las instituciones sociales y
    políticas. Al individualizar las resistencias se velan
    las posibilidades de acciones que originen el cambio, que
    surgen precisamente de la actividad en y de estas
    instituciones.

  • La pérdida de centralidad de la
    categoría clase social.

  • Predominio de los temas subjetividad e
    identidad y de los espacios domésticos y
    privados.

  • Se exagera el poder de la audiencia,
    como antes se había sobreestimado el poder de los
    medios, lo que distrae la atención de los
    fenómenos estructurales.

  • Pérdida de "actividad
    crítica". Reducción a investigaciones cada vez
    más concretas, que no hacen otra cosa que legitimar
    los productos culturales del mercado que se adecuan a la
    sensibilidad posmoderna.

No obstante estas realidades evidentes, lo
cierto es que después del esplendor de Birmingham
(1964-1978), ya nada fue igual. Como muy bien ha dicho
Castro-Gómez (2000), con la popularización de los
estudios culturales en los Estados Unidos durante la
década de los ochenta podemos hablar del fin de la "edad
heroica" y el comienzo de una tercera etapa, más "light" y
celebratoria, marcada por su creciente distanciamiento de la
teoría crítica marxista y la influencia que
empiezan a tener filósofos como Baudrillard, Lyotard y
Derrida.

Mas, el beneplácito mostrado por los
investigadores estadounidenses ante los Estudios culturales
británicos y el correspondiente boom de estos en el nuevo
escenario académico suscitó no pocas preocupaciones
e incluso fue calificado de peligro extraordinariamente profundo
por Stuart Hall (citado en Grandi, 1995: 142), quien con cierta
amargura argumenta el porqué: "sería excesivamente
vulgar hablar de cosas como la gran cantidad de trabajos que hay,
la cantidad de dinero que circula y de cuánta
presión se ejerce sobre la gente para conseguir que
realice lo que se considera como una actividad de crítica
política y una actividad intelectual de tipo critico […]
me maravillo en relación a lo que he denominado la
desenvoltura y la fluidez teórica de los Estudios
culturales en los Estados Unidos".

En un actualizado análisis sobre la
institucionalización de los estudios culturales en aquel
país[6]se llega a la conclusión de
que las tensiones entre estos y la tradición disciplinaria
se confunden con las presiones y transformaciones de los mercados
intelectuales, entre otras razones porque las editoriales
académicas estadounidenses, por motivos puramente
económicos prefieren proyectos de investigación de
interés multidisciplinario para que sus libros se vendan
mejor.

Los Estudios culturales han tenido su mayor
desarrollo en los Estados Unidos dentro de las artes llamadas
cultas y la literatura, aunque posteriormente, y gracias a los
debates multiculturales y sobre globalización, se han
vinculado antropólogos y especialistas en humanidades con
la problemática comunicacional.

Incluso prominentes investigadores de
literatura (los norteamericanos Jameson, Jean Franco,
Yúdice, y los argentimos Beatriz Sarlo y Aníbal
Ford) han enfocado sus instrumentos de análisis literario
hacia los procesos massmediáticos en sus textos, de lo
cual se congratula García Canclini (1993).

Sin embargo, no todos los estudios de este
tipo llevan el rótulo de "estudios culturales", lo cual
resulta "llamativo" para Follari (2003) pero que Grossberg,
Nelson y Treichler[7](citados en Grandi 1995: 142)
justifican tras argumentar que la gente puede decidir si adopta o
no este término para describir su propia
actividad.

Lo real es que esta corriente cruzó
el Atlántico para quedarse. Mientras en los Estados
Unidos, como ha dicho Yúdice (citado en Canclini, 1993),
los Estudios culturales se mantienen preferentemente dentro de
las humanidades, en América Latina se desarrollan en las
ciencias sociales y convocan a los especialistas
humanísticos y literarios a dialogar con estas
ciencias.

Las temáticas de los Estudios
culturales latinoamericanos suelen ser muy distintas en Estados
Unidos, donde hoy, como dice Román de la Campa (en
García-Bedoya, 2001:202), se privilegia un poscolonialismo
o la subalternidad de corte más bien literario e
histórico, y América Latina, donde prevalecen
acercamientos que giran hacia la transculturación o una
reconversión cultural de corte más bien
antropológico, y añade un dato fundamental a tomar
en cuenta: inciden también aspectos como distintas agendas
teóricas y diferentes realidades
institucionales.

No podemos dejar de anotar, por otro lado,
lo que en una reseña del libro de Mabel Moraña
(Editora) sobre estudios culturales, resalta Carlos
García-Bedoya (2001), atendiendo el desequilibrio entre
los textos provenientes de Estados Unidos (22) y los de
América Latina (9): el relativamente escaso número
de practicantes de los estudios culturales en esta región,
en contraste con su proliferación en la academia
norteamericana. Por ello resulta justo y nada casual que la
primera sección de la obra presente la contribución
de tres figuras centrales, verdaderos "clásicos" de los
Estudios culturales latinoamericanos: Jesús Martín
Barbero, Néstor García Canclini y Renato
Ortiz.

Sucede también que existe un
desencuentro entre las reflexiones surgidas desde la
propia América Latina y aquéllas planteadas
sobre América Latina desde los medios
académicos del norte, principalmente provenientes de
Estados Unidos, sobre lo cual García Canclini (citado en
García-Bendoya, 2001: 202) ha aportado un dato
esclarecedor: "en Estados Unidos había más
investigadores y estudiantes de doctorado haciendo tesis sobre
países latinoamericanos que en toda América
Latina".

Con ojo crítico, García
Canclini (1997) caracteriza la situación actual de los
estudios culturales con la misma fórmula inventada por los
economistas para describir la crisis de los años ochenta:
estanflación, o sea, estancamiento con inflación.
AL igual que Mattelart y Neveu En los últimos años
se multiplican los congresos, libros y revistas dedicados a
estudios culturales, pero el torrente de artículos y
ponencias casi nunca ofrece más audacias que ejercicios de
aplicación de las preguntas habituales de un poeta del
siglo XVII, un texto ajeno al canon o un movimiento de
resistencia marginal que aún no habían sido
reorganizados bajo este estilo indagatorio.

Lo indudable es que ha habido mucha
controversia alrededor de los llamados Estudios culturales
latinoamericanos, acompañada de una prolífera
producción de textos[8]también
polémicos, como lo demuestra el contrapunteo que establece
Castro-Gómez (2001) sobre el libro de Carlos Reynoso
Apogeo y decadencia de los estudios
culturales…
[9], que sintetiza en una
frase antológica de Rodó: "lo admiro pero no lo
amo".

Siguiendo con la crítica de
Castro-Gómez (op. cit: 230) encontramos que Reynoso
constata "con horror" el crecimiento espectacular de los estudios
culturales en la academia anglosajona y también en
América Latina durante la última década del
siglo XX, con un incontenible boom editorial que le da pie para
catalogarlos como "el último grito de la moda
teórica": sólo entre 1996 y 1998 se registraron 654
títulos bajo la rúbrica "Estudios Culturales",
mientras de manera creciente las universidades e institutos de
investigación en todo el mundo los incluyen dentro de su
oferta curricular.

¿A qué se debe este
éxito? No a su calidad científica, asegura Reynoso,
quien no duda en

negar que hayan hecho algún aporte,
ni metodológico ni epistemológico, al avance
sustantivo del conocimiento en el campo de las ciencias sociales,
y asegura que lo que predomina en los estudios culturales es un
"eclecticismo barato" (op.cit. 231), refiriéndose nada
más y nada menos que al antropólogo Néstor
García Canclini[10]al que ataca
irreverentemente, como lo evidencia una de las citas a las que
hace referencia Castro-Gómez (op. cit.: 231): "no creo que
sea una interpretación abusiva considerar la carrera de
Canclini como un esfuerzo continuado y alerta de suscribir
siempre a la última moda intelectual que gana los
titulares, y como la manifestación más visible de
una escala de valores [anticientífica] en la cual el
pragmatismo siempre cotiza más alto y se ejecuta con mayor
exactitud que la metodología".

Lo acertado de algunos enfoques del libro
de Reynoso, como sus críticas a las
prácticas

académicas y
pedagógicas
de los estudios culturales, o sobre la
actitud demasiado "light" de algunos investigadores, pierden
terreno en medio de descalificaciones y totalizaciones
aplastantes, como aquella en que afirma sin titubeos que "los
estudios culturales no son los impulsores privilegiados de un
nuevo paradigma de las ciencias sociales, sino sus mayores
enemigos" (op.cit.: 231). Por eso convenimos con
Castro-Gómez en que este autor "parece reclamar la
obtención de una victoria personal sobre un enemigo de
paja, antes que la clarificación de un problema
científico" (op.cit: 229)

Entre otras conclusiones a las que llega
Castro-Gómez es que lo que está en "decadencia" no
son los Estudios culturales como tales, sino el modelo de
"teoría

tradicional" desde el que argumenta
Reynoso, y que el gran peligro al que se enfrentan "es la
pérdida de su dimensión crítica, esto es, su
olvido de que el capitalismo en tiempos de globalización
adquiere una dimensión decididamente simbólica.
Retomando el legado de Marx, el reto de los EC es contribuir a
que las ciencias sociales se vinculen con una crítica
de la economía política de la
cultura".

En medio de este debate, aparece
conciliadora y optimista la visión de Alicia Ríos
(2002: 253) para quien tanto los temas como las prácticas
e instituciones del saber en América Latina han sido
siempre heterogéneos y conflictivos. Los pensadores
latinoamericanos de la cultura —a la manera de
[Simón] Rodríguez, [Andrés] Bello,
Sarmiento, [José] Martí, Rodó,
Henríquez Ureña, [Alfonso] Reyes, Fernández
Retamar, González Prada, Mariátegui, Ortiz, Rama y
Cornejo Polar— son, en un sentido bien estricto, los
verdaderos precursores de los Estudios Culturales
Latinoamericanos.

Resulta válido por tanto el aserto
de que en toda escuela, las propias polémicas y
diferencias en el interior del conjunto contribuyen a darle
identidad, mientras haya elementos que le permitan mantenerse
cohesionada, en este caso la mirada transdisciplinaria sobre los
fenómenos de la cultura.

Los estudios culturales, en sus diversas
versiones, proponen una visión globalizante o totalizadora
de la cultura, más allá de los recorridos
particulares de cada disciplina, según los estratos en que
la ha dividido García Canclini (citado en
García-Bedoya, 2005:439): cultura de elites, cultura de
masas y cultura popular, y algunas disciplinas se han
especializado en el estudio de cada una de ellas,
respectivamente: ciencia de la cultura y el arte; ciencia de la
comunicación y algunas ramas de la sociología;
antropología y los antiguos estudios del
folclor.

Precisamente la pareja
comunicación/cultura ha constituido uno de los ejes sobre
los que han girado múltiples reflexiones teóricas,
encaminadas cada vez más a lo que abogaba James W.
Carey[11]uno de los representantes de los estudios
culturales norteamericanos: observar los fenómenos
comunicativos como cultura.

Para el investigador español Juan
José Cortés (2008), lo interesante de los estudios
culturales reside en la ruptura con las teorías
restrictivas de la comunicación, que la instrumentalizaban
en base al paradigma informacional, que concibe la
comunicación como un mero proceso de transmisión
lineal de significados ya dados. De manera que la
comunicación dejó de ser concebida sólo como
un "medio", para abrirse al campo de la complejidad y
conflictividad de lo cultural.

Barbero propone entonces pensar la
comunicación desde la cultura, que requiere, como explica
Cortés (op.cit.), "cambiar las reflexiones en torno a los
análisis monológicos de lo cultural, para abrir
paso a un estudio que abarque la(s) cultura(s) como
manifestación plural, combinatoria y
múltiple".

Bibliografía

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Cultural Studies. Hacia una domesticación
del

pensamiento salvaje. Ediciones de
Periodismo y Comunicación No. 20,

Universidad Nacional de La Plata, Facultad
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Ramón: MEDIOS Y PÚBLICOS: un laberinto de
relaciones y mediaciones
. Editorial Pablo de la Torriente,
La Habana, 2006.

4. Horkheimer, Max y Theodor W. Adorno: "La
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1993

6. Martín-Barbero, Jesús: "La
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7. Ruano López, Soledad: Cultura y
Medios. "De la escuela de Frankfurt a la

Convergencia Multimedia". En
ÁMBITOS. Nº 15 – Año 2006 (pp.
59-74)

8. Castro- Gómez, Santiago:
"Althusser, los estudios culturales y el concepto de

ideología": en Revista
Iberoamericana Nro. 193, 2000. pags. 737-751

9. Grandi, Roberto (1995): "Los Estudios
culturales: entre texto y contexto, culturas e identidad. En
Comunicología. Temas Actuales. Editorial
Félix Varela, La Habana, 2006. pp.125-144.

10. Hall, Stuart (1994): "Estudios
Culturales: dos Paradigmas". En: Revista Causas
y

azares, No. 1, Argentina, 1994.
Disponible en
http:/www.nombrefalso.com.ar/index.php?pag=93

11. Follari, Roberto A.: LOS ESTUDIOS
CULTURALES COMO TEORÍAS DÉBILES

Ponencia al Congreso de la LASA (Latin
American Studies Association),

realizado en Dallas (Texas), 27-29 de marzo
de 2003

12. García-Bedoya, Carlos: Los
Estudios culturales en debate:

Una mirada desde América
Latina. En Revista de critica literaria latinoamericana,
Año XXVII, Nº 54. Lima-Hanover, 2do. Semestre del
2001, pp. 195-211

13. García Canclini, Néstor :
Introducción: antropología y estudios
culturales
. En

ALTERIDADES, 1993, 3 (5): Págs.
5-8

14. García Canclini, Néstor:
"El malestar en los estudios culturales", Fractal n° 6,
julio-

septiembre, 1997, año 2, volumen II,
pp. 45-60.

15. Castro-Gómez, Santiago: "Apogeo
y decadencia de la teoría tradicional: Una
visión

desde los intersticios". Ponencia
presentada en el I Encuentro Internacional

sobre Estudios Culturales
Latinoamericanos: Retos desde y sobre la
región
andina, Quito, 13 al 15
de junio de 2001.

16. Ríos, Alicia: "Los Estudios
Culturales y el estudio de la cultura en América
Latina". En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras
Prácticas Intelectuales

Latinoamericanas en Cultura y
Poder
. Caracas: Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad
Central de Venezuela.

17. García-Bedoya, Carlos: "Estudios
culturales, ciencias sociales y ciencias humanas.

Algunas reflexiones
epistemológicas". En Revista del Instituto de
investigaciones histórico sociales, Año IX
No. 14, pp 433-447, Lima, 2005.

18. Cortés, Juan José:
Cultura y comunicación como praxis para el
desarrollo.
España, 2008. Disponible en
http://www.redinterlocal.org/IMG/pdf_la_cultura_como_praxis.pdf

 

[1] Figura central en la tradición
“Culture and Society”, Matthew Arnold, autor de
Culture and Anarchy (1869), preconiza la enseñanza de la
literatura inglesa en las escuelas del Estado como medio para
salir de la crisis ideológica en la cual está
hundida la sociedad desde que la religión dejó de
cohesionarla. (Mattelart y Neveu, 2002: 24)

[2] Scrutiny dejó de publicarse en 1953,
un cuarto de siglo antes de la desaparición de Frank
Raymond Leavis

[3] En 1950 el Instituto de Investigaciones
Sociales es reinaugurado en Francfort, su ciudad de origen.

[4] Asunto polémico, en tanto
existían dudas sobre si Walter Benjamín (1898-1940)
era un miembro de pleno derecho del grupo de Frankfort y si
debía o no ser investigado como tal.

[5] Chris Jenks es Director del Departamento de
Sociología del Goldsmiths’ Collage, Universidad de
Londres. Entre sus libros más recientes están The
Sociology of Childhood, Cultural Rreprodution, Culture y
VisualCulture. Defensor de una «sociología de la
cultura visual», estudia la centralidad del ojo en la
cultura occidental.

[6] Cfr: La institucionalización de los
estudios culturales en los Estados Unidos: el caso del doctorado
en estudios culturales en la Universidad de California, Davis, a
los ocho años. Estudio presentado por Robert McKee Irwin,
de la University of California, Davis, en la Pontificia
Universidad Javeriana, Bogotá, 17 de agosto de 2007. Texto
completo disponible en
http://www.javeriana.edu.co/Facultades/C_Sociales/especializacion/documents/bogota.doc

[7] Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Paula A.
Treichler

[8] Entre los más interesantes,
según Ríos (2002), figuran los “Cultural
Studies Questionaire” aparecidos en Travesía.
Journal of Latin American Cultural Studies (en particular los de
Josefina Ludmer, Néstor García Canclini, Beatriz
Sarlo, George Yúdice, Walter Mignolo y Neil Larsen);
asimismo, “The Cultural Studies Movement and Latin America.
An Overview” de Neil Larsen (Reading North by South. On
Latin American Literature, Culture and Politics.
Minneapolis-London: University of Minnesota Press, 1995, pp.
189-196), “El proceso de Alberto Mendoza: poesía y
subjetivación” de Julio Ramos (Revista de
Crítica Cultural 13, 1996: 34-41), “Intersectando
Latinoamérica con el latinoamericanismo: saberes
académicos, práctica teórica y
crítica cultural” de Nelly Richard (Revista
Iberoamericana 180, 1998: 345-361), “Mestizaje e hibridez:
los riesgos de las metáforas” de Antonio Cornejo
Polar (Revista Iberoamericana 180, 1997: 341-344), “De la
deconstrucción al nuevo texto social: pasos perdidos o por
hacer en los estudios culturales latinoamericanos” de
Román de la Campa (Nuevas perspectivas desde/sobre
América Latina: el desafío de los estudios
culturales. Mabel Moraña ed. Santiago: Cuarto Propio,
2000, pp. 77-95), “Why do I do Cultural Studies?” de
Abril Trigo (Journal of Latin American Cultural Studies 9.1,
2000:73-93) y por último un número especial, en
preparación, de la Revista Iberoamericana que recoge las
ponencias de las tres mesas dedicadas al tema en el congreso de
LASA de Washington DC, 2001.

[9] Cfr: Carlos Reynoso. Apogeo y decadencia de
los estudios culturales: Una visión antropológica.
Barcelona: Gedisa, 2000. 335 páginas. ISBN:
84-7432-810-1.

[10] Néstor García Canclini,
argentino radicado en México desde 1976, es considerado
uno de los más brillantes antropólogos
latinoamericanos

[11] Cfr:
http://www.infoamerica.org/teoria/carey1.htm. James W. Carey
(1934-2006): entre sus obras están: Communication as
Culture. Essays on Media and Society, 1988, y Media, Myths, and
Narratives. Television and the Press (ed.), 1988. En su libro
Communication as culture, Carey describe dos modalidades de
comunicación, la que llama ‘ritual’ y la que
describe como ‘transmisión’. El modelo de
‘transmisión’ sigue las pautas convencionales
del emisor que emplea un canal para enviar un mensaje a un
receptor. El vínculo se establece entre el emisor y el
receptor, separados espacialmente, y ejerce una influencia y
control a través del espacio, a distancia. Es el caso de
los medios de comunicación convencionales, los productos
de las industrias culturales, etc. La comunicación
‘ritual’ se inscribe en el espacio ceremonial de la
participación y crea experiencia y sentimiento de
pertenencia a una comunidad. La comunicación ritual
establece, a través del tiempo, el plano próximo
del espacio cultural, esto es, la identidad. La sociedad se hace
no tanto de la comunicación como en la
comunicación. Forman parte de esta dimensión
comunicativa aspectos como las fiestas, el baile, los
círculos de debate, las asociaciones, los hábitos
cotidianos, etc. Hay más una idea de
‘comunión’ en este modo de
comunicación, que pierde presencia, sin embargo, en
sociedades como la norteamericana, dominadas por el
individualismo y la cosificación de las relaciones. La
comunicación como ‘transmisión’ se
refuerza y diversifica con el desarrollo tecnológico, que
cambia los valores rituales de la comunicación como
contacto, como experiencia participativa.

 

 

Autor:

Edda Diz Garcés

Periodista

Periódico
Trabajadores

Partes: 1, 2
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